Carl Theodor Dreyer I Dinamarca I 1932 I 74 min
Un título engañoso, los primeros gateos de un cine que en su silencio lograba expandirse atmosféricamente. Vampyr fue para Dreyer una piedra inicial en su obra. Luego del fracaso de su película estuvo una década inactivo. Pero las imágenes que grabó para el futuro de un terror onírico, casi existencial, fue clave.
Lejos de proponer solo colmillos que hincan el cuello de sus víctimas, lo que se relata es la sensación de miedo que habita en esa cueva amorfa que es la mente. Un hombre llega a una posada y la arquitectura en la que pernocta comienza a experimentar una profundidad. Se reflejan sombras que cobran vida y espectros pasados salen a flote. Pero no se da todo tan fácil. La trama es extraña, críptica, como el sinuoso camino al que se enfrenta el protagonista, un camino plagado de almas que flotan lejos de cuerpos ya muertos. Vampyr es como viajar en un barco carguero timoneado por la niebla. No hay bordes y lo que debería separar las cosas (vida/muerte, bien/mal, luz/oscuridad) se trasluce.
La escena introductoria con esa oz y esa campana pienso son al terror lo que para mí es la lluvia del primero de Black Sabbath al heavy metal.
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