John Waters I Estados Unidos I 90 min I 1994
Si hay alguien que hizo de la anarquía (anarquía entendida como escatología, vulgaridad, sexo y sexos) su bandera fue John Waters. Desde sus primeras obras filmadas íntegramente de forma independiente, en 16mm y con amigues –Pink Flamingo todavía brilla desde la cloaca de donde salió- el director de Baltimore es ese señorito prolijo, obsesivo, que en su ironía esconde un cerebro torcido, hermosamente torcido. Serial Mom por lo tanto es su entrada al sistema de estudios hollywoodense. Actores de renombre. Una puesta en escena impoluta que exuda presupuesto (no mucho, pero más que sus anteriores, seguro). Y un universo que ya no es el mundo de lisos y chiflados que acostumbrábamos a ver en sus películas sino uno donde la ridícula normalidad clase mediera yankee es la norma.
Qué mejor entonces que la sed homicida de una madre para sabotear la tranquilidad de esos jardines delanteros verdes e impecables, semejantes al inofensivo fondo de pantalla del Windows XP. Kathleen Turner sale de su casa, se cruza a la de sus frívolas vecinas y se desquita. Luego vuelve a la cocina y la mesa está servida. Acaso quien podría sospechar que el serial killer que se pasea por el barrio derramando sangre de las más originales formas (hasta una pata de cordero recién horneada puede ser un arma letal) es una ama de casa que adora a sus hijos y a su marido hasta la muerte.
Entre la comedia, el mockumentary y el slasher, Serial Mom es una fiesta por donde la mires. Escenas como las amenazas telefónicas a la vecina, el asesinato con la aguja del taco o la aparición en vivo de las L7, merecen los mil y un visionados. Es fácil, a John Waters, toda, siempre.
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