Héctor Babenco I Brasil I 128 min I 1981.
Todo alrededor del pequeño Pixote es una mierda. Los chicos nacen pobres, caen en la cárcel y terminan asesinados a corta edad. Dato duro sin contra argumento. Realismo callejero que nada esconde y todo muestra. El director Héctor Babenco mira a través de los ojos de un niño oriundo de una favela para desde ahí, identificar y subrayar las fisuras de un sistema que insiste en arreglar sus fallas estructurales con impunidad y sangre joven. Por lo que obviamente, violencia hay y mucha. ¿Sexo? demasiado. ¿Crudeza?, claro, aunque no siempre expresada de forma tan maciza y documental como sucedía en su anterior largometraje Lúcio Flávio, o Passageiro da Agonia, más seca y al grano.
El alto grado de turbiedad en primer plano que hay Pixote -un sentimiento de dolor acumulativo, saturante, insoportable- encuentra acá su estabilidad en un lirismo que nace de la pureza del punto de vista infantil. El universo tal como lo percibe Pixote es uno sin bordes, de pura vivencia. Donde ocurren infinidad de cosas, una seguida de la otra, sin puntos ni comas para procesar nada. Se pasa del asesinato de un amigo por parte de las fuerzas de seguridad a la fuga que ofrece una lata de pegamento. Del acecho real de la muerte al juego inocente de ser ladrón y portar armas de mentira. La niñez del pobre es una condena atroz y sinsentido. Es la injusticia del mundo entero cayendo en bruto a las piernas de alguien que recién nacido ya está obligado a vagar herido, marginado y sin muletas, haciendo equilibrio con un pie adentro de la sociedad y el otro afuera sobre el olvido.
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