Lionel Rogosin I Estados Unidos I 65 min I 1956.
Después de servir al ejército estadounidense en la Segunda Guerra Mundial como ingeniero de la marina, Lionel Rogosin pasó un tiempo viajando por las zonas derruidas de Europa del Este antes de regresar definitivamente a su país. Al llegar a su Nueva York natal afrontó la idea de retratar la calle más triste y trágica de Manhattan: Bowery, símbolo por excelencia de la depresión económica del 30. Quizás fue la similitud que encontró entre esa Europa devastada, esa cercanía con el averno que le tocó experimentar y este contingente de marginados, alcohólicos y drogadictos desfallecidos en el pavimento lo que lo incentivó a sacar la cámara a la vereda y radiografiar con franqueza el pedazo más putrefacto de la Gran Manzana.
On the Bowery hay que entenderla como un puente entre el neorrealismo italiano y la nueva ola de cine independiente estadounidense. Rogosin lleva a cabo una técnica homologa a la encarada por Robert Flaherty en Nanook of the North (1922), considerada, por cierto, como una de las obras precursoras del cine documental. Rogosin inyecta una dosis de dramatismo al incluir un microrrelato que tiene como protagonista Ray Slayer, el único actor de la película quien encarna a un ex ferroviario que regresa a Bowery para descansar después de una larga temporada de trabajo. Las andanzas de Slayer terminan siendo anecdóticas en el momento en que quienes lo rodean e interactúan con él son fácticamente vagabundos que gastan sus pocos centavos bebiendo en esa antesala del infierno.
En pocos minutos, las imágenes iniciales condensan sin pudor de qué va a la cosa. Un amanecer en Bowery implica decenas de cuerpos despertando sobre colchones de cemento. Cuerpos arrinconados en la vereda y cubiertos por cartones que saldrán a ocupar su lugar en el bar más próximo de la cuadra para desayunar un trago y así, poder calmar la resaca que la etílica noche anterior les dejó. La cámara de Rogosin capta este ambiente tremebundo con total sinceridad, pero en especial con una paciencia y un ritmo tan sosegado que hace pensar que porvenir de lo que allí aparece: esos rostros agrietados, esas miradas febriles; no podrán escapar jamás de esos 500mts alargados que se extienden debajo de las vías del ferrocarril. Cada día que se vuelve a empinar el codo, otra bandera blanca vuelve a ser izada.
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