Como el título nos lo introduce, esta película nos sumerge en un universo sonoro de un vecindario de Recife. Un vecindario de clase media/media-alta al cual llega una pequeña empresa de seguridad, con la promesa de cuidar a sus habitantes mediante vigilancia 24hs.
A priori, la trama se enfoca en dos personajes de forma paralela: João, un joven que trabaja en la inmobiliaria de su abuelo Francisco y lucha contra las presiones y conflictos familiares y vecinales y Bia, una ama de casa que intenta encontrar la solución a los ladridos del perro del vecino mientras dedica tiempo a la crianza de sus hijos. Si bien por momentos los protagonistas ganan jerarquía, la película nos devela una nube de subtramas. Escenas breves, relatos cotidianos, múltiples personajes y el reflejo de una clase media urbana en el recorte espacial de una manzana. Es el modo en el que Mendonça, al mejor estilo Lucrecia Martel, denota su habilidad para sostener un relato atrapante dentro del registro de ocurrencias mínimas que conforman un cúmulo de alegorías, relaciones, tensiones e interrogantes a partir de observaciones naturalistas del día a día. La competencia materialista entre vecinos, la intimidad amenazada ante el ojo ajeno, la paranoia que acecha la seguridad y la tranquilidad, son algunas de las premisas que entrelazan los relatos aparentemente paralelos y los envuelven en esa atmósfera sonora y climática que les otorga un sentido de totalidad.
El sentimiento de peligro y la condición de individualidad se hacen presentes durante toda la película. No sólo como dispositivos separatistas de clase sino también como herramientas de control. Mendonça juega con el contraste de historias familiares muy disímiles que no comparten vínculo alguno excepto el de vivir en la misma manzana, un fragmento urbano como espejo de una sociedad compleja, dinámica, inestable y desigual. La calle como microcosmo del gran sistema de flujos que representa la ciudad contemporánea.
Escribió Federico Paoloni.
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