Gary Oldman | Gran Bretaña | 128 min | 1997
Se ve que algo grave, una energía oscura, andaba pululando alrededor de Gary Oldman para que se mande esta primera película como director. Nil by Mouth no tiene modales, no titubea, llega corriendo, se manda sus cagadas y se retira ofendido de un portazo. Un botellazo hacia la sien del cine biempensante. Un retorno a ese drama tan sincero y de entrecasa con el que el realismo británico ha sabido retratar a la clase trabajadora pero con una chispa más de urgencia y una g menos de polvo de esperanza. El gesto irónico que existe en Mike Leigh o en la misma Trainspotting, acá no tiene cabida. Los personajes se queman frente a nuestros ojos y la cámara poco puede hacer para seguirles el ritmo. Mientras, la familia como epicentro de las penurias podridas de la sociedad, continúa su desgranamiento. Los hombres chutándose las venas de heroína o empinando el codo hasta que el alcohol se convierte en violencia. Las mujeres, por su parte, abnegadas, soportando con su columna los cimientos quebrados de la palabra H O G A R.
Un universo despiadado y veloz, donde los diálogos se sacuden y echan filo como las espadas de dos esgrimistas, donde el sur de Londres se vuelve una bolsa de consorcio mal cerrada liberando moscas y pestilencias nocturnas. Un universo que como mínimo hay que celebrar ya que es raro encontrarse con esta clase de trompadas cinematográficas construidas en base a personajes reales, de carne y hueso, que cagan sienten y respiran, y que en su estela de miserabilidad trazan el cartílago irregular de una historia de la que participan pero no comprenden.
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