Jacob Aaron Estes I Estados Unidos | 89 min I 2004.
Así como hay días nublados y otros con sol, hay películas que te atraviesan o no te atraviesan. Desde lo personal, puedo decir que Mean Creek es una de esas. De las que te interpelan sin vueltas y te hacen cuestionar qué haría uno en tal o cual situación. Con elementos mínimos y algún que otro cliché dando vueltas, esta pequeña elegía indie consigue capturar de forma directa la turbulencia que late en toda buena coming-age a partir de un grupo de jóvenes que se sumergen en las inmediaciones de un bosque a navegar río abajo en un bote. La ecuación es conocida: jóvenes + bosque + río = tragedia. Y sobre esa lógica dramática, Mean Creek aprovecha para desplegar una serie de temas que parten del bullying para terminar hablando de la violencia en mayúscula y como ésta vive y sobrevive en cada vínculo de esa comunidad. Pero sobretodo, la ópera prima de Jacob Aaron Estes, es también otro intento -como lo fue Bully (2001), Bang Bang your a Dead (2002) Elephant (2003)- por entender el porqué de la cruenta Masacre de Columbine.
Si hay alguien que la rompe acá es el personaje de George, interpretado por el mismísimo Josh Peck (sí, sí, sí, el de Drake & Josh). Él es un chico solitario, algo inadaptado y bastante abusivo con el resto de las personas. Pero su comportamiento irracional, deducimos, es un mecanismo de defensa para protegerse del afuera. Pensamientos incomprensibles para protegerse de un mundo que no lo entiende. Al reaccionar a los golpes contra un compañero de colegio, el hermano mayor y los amigos de éste toman la decisión de vengarse invitándolo a un paseo por uno de los bellos ríos de Oregón. A partir de ahí, todo es gris y cuesta abajo. Más allá de lo que sucede en la superficie, lo que mueve las entrañas de Mean Creek es algo que ocurre subrepticiamente, una especie de malestar que hace que a toda acción le crezca una consecuencia. Los tratos entre pares son tan violentos como los que tienen los padres con los hijos. Un bolazo, un comentario al pasar, una broma pesada. El tedio de la ciudad chica y la incomodidad frente al sitio donde uno se ubica repercute y se filtra como un veneno incontrolable entre los bordes de una olla a presión.
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