Delbert Mann l Estados Unidos l 1955 l 90 min.
Antes de que el personaje de Steve Carrell haga de la virginidad adulta una excusa para que la Nueva Comedia Americana perpetúe ese humor ridículo y miserable con el que plagó durante años los televisores del 2000 en adelante; en los 50s hubo una película que supo hablar de la inseguridad de los hombres con mucha más altura y dignidad.
Marty (Ernest Borgnigne) es nuestro carnicero enamorado. Uno que se siente feo y repugnante; inseguro consigo mismo para que una mujer se fije en él. A su alrededor, la gente lo bardea por solterón (las horrendas clientas del principio están puestas ahí únicamente para estimular de entrada el lagrimal del corazón). Pero Marty, que tiene todas para cautivar por lástima (un tipo de + de 30 años, gigantón comparado con la fisionomía imperante, que vive con su madre y desconoce la experiencia del acto sexual, incluso del amor) no se deja llevar por ese envión y se anima a acompañar a su personaje con compasión y ternura. De hecho, por más que en nuestro carnicero Marty habiten un sinfín de inseguridades, éstas no necesariamente salen a la luz. El tipo sabe comportarse, sabe tratar a las mujeres, es gentil, es tierno, es sincero y desconoce la toxicidad. Marty es todo lo que querría una suegra y la película lo sabe bien. Por eso, si hay un ejemplo claro de un guion que ame a su personaje, es éste (el cerebro detrás es Paddy Chayevsky; guionista de Altered State, Network, The Hospital). Es decir, un guion que no se enrosca con digresiones sino que toma a su protagonista, le obsequia un escudo del tamaño de su corazón y lo pone a andar en una historia de amor que como buen melodrama habla más del resto que de la propia pareja.
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