Georges Franju l Francia l 84 min l 1960.
Inquietante experimento de terror es el que llevó adelante Georges Franju con Les Yeux Sans Visage, una total anomalía respecto al género. Intimista y sutil, la cinta se bifurca de la senda donde peregrinan Frankestein y Nosferatu, al mismo tiempo que se aleja de los charcos de sangre en cantidades orgiásticas que años posteriores, más que nada en la década del 60, acrecentaría en las salas underground la fascinación por el gore.
Podemos decir que Franju bebió de los psicologismos más retorcidos de Vértigo y Psicosis para poder así envenenar a sus personajes (si bien esta última es del mismo año). Especialmente a la figura del médico, frío y calculador, nada de científico loco, y su leal asistente, quienes no son más que autómatas motivados por sus pasiones más profundas y viscerales. Pasiones que ni los límites de la moral, mucho menos de la ley, podrán evitar El primero pretende recuperar el rostro desfigurado de su hija a expensas de cualquier ética profesional, mientras que la segunda es capaz de lo imposible para conservar la fidelidad de su jerarca. Y entremedio de ellos se oculta como una flor solitaria, como una muñequita rota de porcelana, la joven Christine, con su máscara inexpresiva y esa andar parsimonioso con el que recorre el caserón donde está encerrada. Pese a no tener rostro con el cual empatizar, la interpretación de Edith Scob además de recubrir al enigmático personaje con un aura fantasmagórico, sintetiza casi toda su expresión a lo físico. Un cuerpo que impresiona por su levedad, su languidez y por ese cuello larguísimo y pálido que se va asomando en sitios cada vez más oscuros hasta llegar a la verdad.
Un cuento de hadas potentemente retorcido que se volvería un clásico del cine de terror.
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