Phillippe Grandrieux I Francia I 102 min I 2002.
Siendo sincero, debo decir que desde el arranque me tuvo con una presión en el pecho que luego viró a una pequeña náusea en lo que fue -y lo puedo decir con total seguridad- una de las escenas más violentas que ví en mucho tiempo. De hecho, estuve a punto de frenarla varias veces. Sin embargo, hay algo en ese hipnotismo de pulsiones que propone siempre Grandrieux que te hace pegarte a la pantalla como un mosquito imantado al tubo de luz. Excitación. Perversa excitación en el sentido más óptico del término.
No se me ocurre mejor adjetivo para la no-narración de La vie nouvelle que la palabra “espasmódica”. Se podría decir que sí, que hay un microconflicto en la intención del joven protagonista que le propone al proxeneta comprarle una de sus prostitutas; pero eso es anécdotico, contextual, es un medio para el transporte de sensaciones. El francés abre y cierra estados anímicos como si manejase el fuelle de un acordeón desafinado. La energía humana brota de los cuerpos, contamina la cámara y sale disparada a golpear la pantalla. Melodías disonantes en forma de violencia extrema, gritos desgarradores, llantos, temblores. Y entremedio, una de las secuencias más bellas y tensas que vi. La hermosa protagonista cantando en clave Blue Velvet y su voz que susurrada, hecha pedazos, desgranada y todo, va inundando ese cabaret y contaminando lentamente el alma hambrienta de esa clientela que no busca el espíritu de la cantante, sino solo, toda y nada más que toda su carne.
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