Uno siempre esperó que el apocalipsis fuera materialmente destructivo como en Dèmoni.
La primera película de Lamberto Bava en colaboración con el amigo de la casa, Darío Argento, nos sumerge en una oda a la violencia cuasi grotesca. Un grupo de personas, totalmente aleatorias, elegidas a partir de una repartija de entradas gratis para el debut de un teatro, con el estreno de una nueva película de demonios, termina generando un amalgama social como suele suceder cada vez que uno visita su cine de confianza.
Dèmoni, dentro de su locura infernal, es perfecta. Cada elemento puesto en escena cumple su rol. Todo está pensado para ser una herramienta de la supervivencia post apocalíptica que genera la conversión de personas en demonios a partir de brujas que se encargan de organizar el evento.
Todo esto mencionado se ve complementado gracias a Claudio Simonetti y Goblin como ejecutores del sonido nacido en las entrañas de su macabro estilo y termina siendo el ingrediente principal, una vez más, para darle vida a este violento ejercicio.
Dèmoni podría haber salido muy mal pero cuando se reúnen a tantos genios es casi imposible de fallar, creando nuevamente, desde la italianidad tacita, a pesar de la lengua inglesa con la que se vive la historia, una nueva gema que es necesaria reflotar de las catacumbas del olvido producto de tanto consumo efímero.
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