Herk Harvey l Estados Unidos l 78 min l 1962.
Anomalía oculta del género terror. Injustamente relegada de la historia casi seguro por su bajo presupuesto y apariencia clase B cuando en el fondo, su premisa y el modo en que explora los temores propios de la sociedad moderna (anonimato, falta de comunicación, insatisfacción afectiva, enajenación) la vuelven una obra adelantadísima a su tiempo. Y no es que venga acá a tirarle flores pero pensándolo así a la ligera, no habría muchas diferencias entre las incomodidades que sumergen a la protagonista y las que, dos años después, agobiarían la psiquis de Monica Vitti en Il Desserto Rosso. En una sola palabra, diría que Carnival of Soul es una película “limítrofe”. No solo por el estilo instintivo, personal y evanescente al que llega Herk Harvey -un tipo que hasta entonces se dedicaba a dirigir cortometrajes educativos, que nada tenía que ver con la industria del cine y que después de esto no volvió a filmar más nada - sino por el espíritu de la puesta en escena que al avanzar, habitar y tambalear constantemente entre dos mundos termina inaugurando uno nuevo. Uno difuso y fantasmático. Pesadillesco y angelical. Uno que no es el de los vivos ni el de los muertos. Un universo flotante que bien profundizaría luego Kubrick en The Shining y al que Lynch terminaría por construirle una habitación roja.
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