Escribió @vic.maffia.
En los suburbios de París, en el inalterado orden de lo cotidiano como el cenit de la
armonía, pasan sus días Lionel (Alex Descas), un padre viudo, y su hija Josephine (Mati
Diop).
Una coreografía de acciones y gestualidades son suficientes para mostrar que el universo
del vínculo es tan propio como excluyente, y en la delicadeza de los actos (y tactos) se traza
un código tan sutil como incógnito.
Que se trate de personas afrodescendientes no es un dato menor para narrar una historia
donde el cuerpo comunica tanto más que la palabra. En las películas de Claire Denis, el
cuerpo funciona como territorio que expone el concepto de otredad, cuerpos que se mueven
en coreografía, entre márgenes y entre ellos mismos (como ya lo hizo en Beau Travail,
1999).
En 35 Rhums, la comunicación entre los cuerpos tiene su apogeo en la maravillosa escena
del bar donde Lionel, Josephine y dos amigos se refugian de la lluvia luego de que el auto
se les quede varado. Una secuencia de baile donde la cadencia de la cámara logra captar
en las gestualidades todo lo no dicho, todo lo que no saben cómo decir y todo lo que se
aproxima a un duelo.
En un logrado homenaje a Late Spring, de Yasujirō Ozu, Claire Denis demuestra saber
perfectamente cómo narrar la complejidad de los vínculos, cómo aludir lo que atraviesa la
sangre y emerge en la superficie como flores que brotan de un suelo prohibido, como lo es
el vínculo entre un padre y su hija.
Mención aparte merece la banda sonora compuesta por la música de Tindersticks.
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